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¡Se prendió el carnaval: Junior, campeón de la Liga de Colombia!

Fue con las últimas fuerzas, con las escasas energías que les quedaban, impulsados por el amor a la camiseta rojiblanca, a toda la regi&

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Fue con las últimas fuerzas, con las escasas energías que les quedaban, impulsados por el amor a la camiseta rojiblanca, a toda la región caribeña. Los junioristas al fin soltaron los gritos contenidos, los abrazos aplazados, y apretaron entre los dientes, bien fuerte, la octava estrella, la que ganaron con sudor y la que celebraron con lágrimas, porque los tiburones también lloran, aunque después del llanto costeño siempre viene la fiesta: si Junior es campeón, Junior es carnaval.

Los 11 guerreros junioristas llegaron al Atanasio Girardot exhaustos, pero dispuestos a dar la última batalla, a recorrer los kilómetros finales. Tenían una ventaja 4-1 que era tan grande como el Metropolitano, Barranquilla y todo el Caribe, y sin embargo les tocó sufrir, luchar, desafiar unas tribunas tan imponentes que se confundían con las montañas antioqueñas. Les tocó aguantar los chiflidos en cada toque de pelota, la presión, la pólvora, los cantos locales y el coraje de los jugadores del Medellín, que nunca se rindieron. Los 90 minutos resultaron suficientes para que el rival asustara, para que hiciera tres goles. A todo eso le hizo frente Junior. 

A los 30 segundos del partido, Medellín ya tenía la pelota, no había tiempo que perder, ni una milésima. A los 5 minutos, el goleador Germán Cano ya había tirado un remate con el que anunció que su equipo no estaba entregado. A los 15, Caicedo ya había probado, y Viera le había atajado un disparo a Cano. Medellín era un ventarrón impulsado por más de 30 mil gargantas, como si todos empujaran para empezar la remontada. Sí se puede, sí se puede, gritaban esos hinchas, y a la distancia los junioristas debieron tener algún nerviosismo, aunque seguramente tenían una confianza ciega en el equipo, en la octava estrella.

Entonces Junior apeló a su experiencia, a sus mejores hombres, a su estrategia. Teo Gutiérrez marcó las pausas, con el balón y sin él. Cuando caía no se levantaba. 

Cuando atacaba no aceleraba. Junior metió unos contragolpes que debieron terminar en gol. Teo tiró paredes con Jarlan, con Díaz y con el cronómetro. Al fin y al cabo, la ventaja era gigante, y el desespero era del rival. Cano quería patear desde cualquier parte, de derecha, de izquierda o con el pecho y no le entraba. Junior estaba un poquito más cerca, y Medellín, un poquito más lejos.

Hasta que al fin, Leonardo Castro recibió el balón fuera del área y clavó un derechazo al que Viera no llegaba ni con capa. A los 44 minutos y 16 segundos, las montañas rojas vibraron, saltaron, se movieron como un terremoto, porque Medellín tenía una esperanza. A esa misma altura, en el juego de ida, todavía iban 0-0. Los equipos se fueron al descanso, un descanso que quizá Junior añoraba y que Medellín no quería. Cuando regresaron nada cambió: Cano patea y Viera salva; Caicedo patea y Viera lo evita; Castro patea y Viera que ya no puede, y fue el segundo, el 2-0, y las montañas rojas se abrazaron.

 No querían que viejos fantasmas disfrazados de penaltis aparecieran en esta final. Eso sería mucho riesgo, mucho castigo. Pero apareció Yony González para devolverles la tranquilidad, con el 2-1, el 5-3 global. En Barranquilla debieron soltar el aire y chocar las copas, porque la estrella ahora sí estaba más cerquita, era cuestión de minutos. 

Quedaban 10 cuando Cano venció a Viera y puso el 3-1. Así que faltaba un gol para ir a los penaltis, un gol para torcer la historia. Eso ya era mucho pedirle a un Medellín agotado. Eso sí, hubo tensión hasta el final, en ambas áreas, en ambas ciudades, en todos los corazones, más cuando Caicedo cayó en el área; penal, gritaron los hinchas del DIM. No fue, respondió toda Barranquilla. El árbitro Betancur dijo que no, y en Medellín se arrancaron los cabellos. En Junior vieron justicia. 

Los 4 minutos de reposición fueron un parto controlado, porque Medellín ya no tuvo más fuerzas para la épica. El reloj no aguantaba más, el pitazo final enmudeció el Atanasio, pero sonó como la primera trompeta del carnaval, porque Barranquilla se volvió desde anoche un ocho con la estrella. 

Los jugadores sacaron sus últimas fuerzas para celebrar, para correr como niños, para lanzar abrazos sin fin, para levantar los brazos al cielo, para despertar las gargantas y gritar con la voz cortada que Junior es tu papá y que es el campeón.

 

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